May I speak about you
dead?
May I speak while your chest is still warm?
May we tell jokes about
what you will find?
-Darkness, old gods, dreams or silence.
May we tell jokes about
what you will find?
-Darkness, old gods, dreams or silence.
Me acerqué al cristal hasta
rozarlo con el flequillo.
-Ves, está bien.- me susurró mi
madre desde detrás. –Está durmiendo, ahora está tranquila, está mejor. –apoyó
una mano en mi hombro y me acarició. La aparté con brusquedad y lo observé.
Era un baúl alargado con un
brillo antiguo. La madera, marrón oscuro tenía numerosas vetas que la recorrían
de arriba abajo, rodeando la cruz dorada a la altura del pecho. A cada lado
había dos argollas, también doradas. Dos leones de aspecto fiero las sujetaban.
Sin poder evitarlo, admiré el tallado y el pulido. Era un ataúd precioso. Y dentro
estaba mi abuela.
Un torrente de recuerdos pasó por
delante de mis ojos, sin poderme fijar en ninguno de ellos, antes de volver a
contemplar ese baúl brillante, iluminado por dos cirios blancos. Nuevamente lo
perdí de vista en un millar de imágenes consecutivas, que veía sin ver, una
corriente de agua infinita que se llevaba las burbujas de aire de mis pulmones,
relucientes con la luz del Sol.
En el lapso de un segundo observé
a mi abuela desde una altura menor, acariciando a un gato de rayas grises y negras,
dibujé una nube con forma de cocodrilo y se la di a mi abuelo, con una manita
minúscula y temblorosa; quien la cogió y sonrió, ajeno a una mancha negra que
aparecía y desaparecía de su cuello… pero ya no estaba allí y hacía tiempo que
me había ido.
Recordé la tejedora manual de su
casa con esa aguja que subía y bajaba al pulsar un pedal, y la mueca de dolor
de mi hermano cuando le atravesó el dedo, y la mirada asustada de mi abuela al
abrazarle e intentar calmarle; los gruñidos de las tuberías del baño quejándose
por la noche y la similitud con su voz al preguntarme cómo me encontraba apenas
unos meses atrás, con sonidos entrecortados que parecían provenir de las
profundidades de la tierra; sus ojos, vacíos como los de una muñeca que a veces
volvían a brillar, nos sonreían y se alegraban con vernos crecer, al tiempo que
su rostro perdía la movilidad y se transformaba en una escultura de piedra,
como ocurrió con sus piernas y después con sus brazos, y ahora también con su
alma.
Y en el lapso de un segundo, mis
ojos húmedos recorrieron el contorno de un ataúd mientras alguien me acariciaba
los hombros y la espalda, y susurraba:
-Tranquilo, ahora está bien. No
ha sufrido, está bien.
-¿Cuándo murió?
Seguía ahí. No me había
desvanecido, el tiempo no había dejado de fluir, y seguían llegando personas al
velatorio a dar el pésame y despedirse de sus restos mortales.
Durante minutos había estado
absorto contemplando el suelo sin ninguna razón en especial, distraído con una
hilera de hormigas que descubrían el espacio entre las baldosas, y pensando, en
todo y en nada, en el viaje que haríamos en el verano, en los deberes que
quedaban para la siguiente semana, a los funerales a los que había asistido en
mi vida, y las veces que deseamos que el tiempo deje de fluir y todas las veces
que no lo ha hecho.
¿Desean las hormigas que el
tiempo se detenga cuando sus compañeras son pisoteadas por los niños crueles?
¿Lo desean casi tanto como nosotros? Y aunque fuera así, ¿sería un símbolo de
humanidad o una prueba de nuestra diferencia?
¿Cómo reaccionaríamos si el mundo
se detuviese y haciendo cola en la entrada del reino de los dioses y de los
muertos nos explicasen que lo había deseado una hormiga? ¿Cómo reaccionarían
ellas si ocurriera lo mismo con un deseo nuestro? Me gustaría creer en un
pensamiento egoísta y pensar que se apilarían unas con otras en las cavidades y
nos dejaran festejar con nuestros antepasados por toda la eternidad, pero algo
me dice que no sería así. No, no sería justo.
Los segundos se evaporaron con la
rapidez del rocío de la mañana y las horas se desvanecieron como la luz cuando
una nube se interpone entre los astros y la tierra.
-¿Quieres ir a verla?- me
preguntó Adriana.
Me giré lentamente y dirigí la
mirada hacia su rostro, y supe por cómo abrió sus ojos que los míos no parecían
tener vida. Vacíos de brillo, la atravesaban mientras contemplaba el infinito.
-Voy a despedirme de ella.- le
dije sin ninguna emoción en la voz.
Esta vez conseguí que mis pies
funcionasen correctamente y avancé hasta el ataúd abierto. Mi madre y mis tías
se abrazaban y acariciaban con ternura el cuerpo mientras lloraban en silencio. Entre sus brazos sobresalían mechones de pelo, teñido de castaño rojizo pocos
días atrás.
A través del cristal que cubría
una pared vi al resto de familiares lejanos y amigos que habían venido a dar
apoyo. Algunos estaban sentados alrededor de la mesa, en los mismos sitios en
los que minutos antes de la despedida habían contado bromas y memorias
graciosas. Ahora contemplaban solemnemente el suelo en señal de respeto. Uno de
los primos no pudo aguantar más la tristeza y la desesperación que emanaba del
cristal y salió del velatorio con un cigarro tembloroso en los labios.
Recuerdo que se me ocurrió un
pensamiento absurdo mientras les observaba a todos, vestidos todos con ropas
oscuras, salvo mi hermano, con una camisa de cuadros claros y pantalones
cortos, como si se fuese a la piscina.
Este cristal separaba dos momentos distintos, uno de tristeza y otro de
resignación, que casualmente coincidían en el mismo lugar, pero (la actitud que
se suele tener al ver una desgracia por televisión) que no tenían por qué
haberlo hecho.
¿Cuál era la diferencia de ver a
una persona que es querida por otros, por amigos, por compañeros, por
ciudadanos; muerta tras un cristal que muerta tras la pantalla del televisor
del salón? ¿Es el hecho de que no lo sentimos en nuestras carnes, no sentimos
como nos desgarra un sentimiento de resignación, de tristeza, al saber en
nuestro que no volveremos a verla, mientras que nos decimos, nos hacemos creer,
creemos que en otro lugar, después de la muerte, volveremos a verla y todo será
mejor? Pero si consideramos esa pregunta como la misma respuesta a esa misma
pregunta, entonces omitimos la pregunta más importante de todas, ¿qué define a
un ser humano? Dejando aparte toda especulación religiosa y racional podemos
decir que es la capacidad de sentir, la capacidad de amar, la capacidad de
expresar emociones y sentimientos a otros, y de ser respondido. Entonces, ¿no
somos menos humanos por volvernos insensibles ante el dolor ajeno?
Sumido en estos pensamientos, se
retiraron las dos llorando y pude colocarme al lado del cuerpo. La tapa del
ataúd, abierto, me llegaba al hombro, y no recuerdo bien cómo era por dentro.
¿Era acolchado? ¿Era liso? Los recuerdos del ataúd se desvanecen casi tan
rápido como el recuerdo de su sonrisa. Ella estaba tumbada cubierta por una
sábana, blanca o verde. Tenía las manos reposando sobre el pecho, tapadas por
la sábana. ¿Estarían entrelazados sus dedos o crispados en garras?
Probablemente no lo sepa nunca.
-Hola abuela.- se me quebró la
voz y no pude continuar. Ya no era ella. Ella ya no estaba allí, este cuerpo
era solo el huésped, el cuenco en el que ella estaba contenida, el recipiente.
Además, ¿qué pensaba decirle, que venía a despedirme de ella para ir a casa a
estudiar para los exámenes de la semana siguiente? De pronto todo me pareció
una puta broma.
Me agaché para darle un beso en la frente, pero
me detuve unos centímetros por encima de la piel y le di el beso al aire. Si
hay algo que puedo reprocharme el resto de mi vida es ese gesto. ¿Por qué lo
hice? ¿Fue por el tenue olor a desinfectante? ¿Fue por la imagen de sus ojos
mirándome inmóviles a través de los párpados? Le habían teñido el pelo la
semana pasada, pero las raíces volvían a ser grises. ¿Acaso me sorprendió que
el pelo de los muertos creciera el doble de lo normal? ¿O fue porque sentí asco
de mí mismo por el giro de pensamientos morbosos sobre mi abuela?
Recuerdo que levanté la cabeza y
retrocedí. Tengo recuerdos borrosos de que volví lentamente a la sala del
velatorio, porque veía a través de una cortina de lágrimas. Todos lloraban, al
menos un poco. Y quien no, fijaba los ojos en un punto entre el suelo y las
paredes e intentaba recordar sus últimos momentos con un ser querido, y a los
pocos instantes las lágrimas brotaban como las flores en primavera, de la nada.
Lloraba, pero era de dolor.
Lloraba porque todo me parecía una broma. Lloraba porque me dolía no llorar por
ella. Ella no está en el ataúd, el ataúd solo contiene un pedazo de carne que
se pudre lentamente, que se parece a ella, que es la ella que aparece en las
fotos y la ella que nos abrazaba, pero no es ella. Dejó de ser mi abuela en el
momento en que ella abandonó el cuerpo, en el momento en el que el cuerpo se
cansó de que otra mente decidiera por él y se autodestruyó.
¿Dónde están sus sentimientos
ahora?- quise replicar -¿Dónde quedan sus recuerdos, adónde fueron sus deseos?
Parpadeé y dejé que se deslizasen
mis lágrimas por las mejillas. Al llegar a la barbilla dieron un salto y se
estrellaron contra el suelo.
¿Llorábamos por la pérdida de
seres queridos? Desde luego ellos ya no estaban allí, habían dejado atrás los
pedazos de carne con los que un día aprendieron a comunicarse y con los que
fueron conocidos en un primer momento, pero eso no es nada. Lloramos porque las
personas que conocemos han perdido el cuerpo, se ha perdido la conexión entre
ellos y no nos volverán a hablar. Lloramos porque nunca conocimos sus voces,
más que las que producía ese cuerpo extraño que los contenía.
La muerte de un ser querido
siempre es un golpe seco; es un tropezar con tus pies, los mismos que el minuto
anterior se desplazaban rectos y sin errores, y que ahora te han tirado al
suelo.
Cuando muere un ser querido, los
pensamientos locos siempre llegan en bandadas, y por muy consciente que seas,
los tendrás en un momento en el que no te parecerán locuras sino puentes a la
persona que amabas y has perdido. ¿Son bandadas negras o los vemos oscuros
porque los relacionamos con el mal? ¿Son bandadas negras o es la tristeza la
que nos cubre los ojos y nos impide ver su luz? ¿Son bandadas negras o son los
colores pálidos de los muertos, que no quieren quedarse solos?
Si las bandadas negras nos
sacasen los ojos, ¿impedirían que soñásemos con sus rostros inmóviles
cubriéndose de tierra? Si las bandadas negras aleteasen con fuerza,
¿conseguiría el chasquido de plumas arrancadas enmudecer las palabras del dulce
pastor que descansa en la verde hierba? Si las bandadas negras
(si mi locura)
me picotease los antebrazos e hiciera jirones mis tendones, ¿seguiría sintiendo el cosquillear del miedo en mis venas aun cuando estas estuviesen vacías? ¿Seguiría escuchando el lento latir de un corazón que ya no es mío? ¿Seguiría llorando y gimiendo por las noches y despertarme con la almohada empapada en lágrimas? ¿O encontraría las respuestas a todas las preguntas en el silencio?
(si mi locura)
me picotease los antebrazos e hiciera jirones mis tendones, ¿seguiría sintiendo el cosquillear del miedo en mis venas aun cuando estas estuviesen vacías? ¿Seguiría escuchando el lento latir de un corazón que ya no es mío? ¿Seguiría llorando y gimiendo por las noches y despertarme con la almohada empapada en lágrimas? ¿O encontraría las respuestas a todas las preguntas en el silencio?
Esta entrada participa en la Iniciativa Hogwarts.
Arriba águilas :)
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarMe ha encantado :)
También te sigo, muchos besos
Muchísimas gracias, Kestra
EliminarOtro beso desde aquí,
Naif.