¿Somos egoístas al desear que la luz de una estrella no se
apague nunca?
¿Somos egoístas al desear que su luz nos ilumine a nosotros y a nadie más?
¿Somos egoístas al desear que su luz nos ilumine a nosotros y a nadie más?
De todas las estrellas que podemos observar en el
firmamento, hay una muy preciada para mí. Al observar estrellas en compañía,
los ojos de los demás - sus ojos - pasan de largo por encima. Para ellos es una estrella más: si su luz sucumbiese a las penumbras, no
temblarían de rabia y de sufrimiento, pero mis fuerzas se desvanecerían.
Lejos de mí y lejos de nadie, rodeada del vacío, oscuro,
fría desesperanza, opresión, miedo y muerte. ¿Podría soportarlo yo? ¿Podría
volver a soportarlo, solo? No.
Si una noche levantase la vista a las estrellas y no
estuviera, ni ahí ni en ninguna parte, y fuera polvo, indistinguible al resto,
¿me quitaría la vida? Su luz no bañaría mi rostro, ni volvería a recordarla.
Si vivo, qué quedaría para mí. La recordaría en momentos de
pesar y dolor y pensaría, “¿cómo me sentiría si su luz aún iluminase mis
defectos?” “¿Si su luz iluminase mis labios, despertaría mi sonrisa?”. Y temer
que, a medida que transcurre el tiempo, fuera olvidándola; y mis recuerdos de
su luz se ensombreciesen hasta desaparecer.
¿Soy egoísta?
(Sí, pero no por desear que no se desvanezca, sino al desear
que no deje de iluminarme.)