La vida es
un ciclo.
No importa cuánto tiempo pase antes de que nos demos cuenta, la vida siempre dará vueltas sobre sí misma, una tuerca torcida sobre un tornillo, apretando hasta reventar.
No importa cuánto tiempo pase antes de que nos demos cuenta, la vida siempre dará vueltas sobre sí misma, una tuerca torcida sobre un tornillo, apretando hasta reventar.
No recuerdo
los detalles de la discusión – son pinceladas que flotan en la niebla –, pero
sí los portazos. Cada uno marca el final de algo. Con el primero doy a entender
que me han molestado sus palabras y huyo de su presencia. Con el segundo casi
reviento el maletero del coche, no quiero verle nunca más.
Llego a
casa y lanzo las mochilas sobre la cama, pero no es suficiente. La furia
interna se mezcla con el odio, y la desesperanza llama a la puerta. Estaba
seguro de que nunca volvería a pensar en ello, pero vuelvo a lamentar no estar
muerto. Si hubiera muerto en alguna de esas noches lluviosas no habría
experimentado este nuevo dolor… aunque tampoco habría sentido vuestras sonrisas
en mi rostro… no importa. Se me ocurre una idea y antes de cambiar de opinión
la pongo en práctica:
-Lo siento,
necesito tomar el aire.- digo con voz ronca y entrecortada. No la finjo, mi voz
es así, con un tono algo infantil.
Cierro la
puerta sin dar un portazo y me encamino a las escaleras. Las subo, al principio
corriendo, hasta tropezar en uno de los descansillos y estamparme contra la pared.
No distingo el número en la oscuridad, pero no enciendo la luz, y subo el resto
de los escalones hasta que ya no hay más.
Es el piso
trece. La puerta que da al tejado está cerrada y me conformo con la ventana del
descansillo. Al abrirla, el viento me chilla en la cara la estupidez de lo que
estoy haciendo, pero no le escucho. Me aúpo y sentado en el alféizar contemplo
las calles iluminadas, las estrellas que no ocultan las nubes y el suelo.
Nada parece
real. Veo pasar un coche por la calle y estiro el brazo como si fuera a
cogerlo, está a pocos centímetros de mis dedos, un poco más y podría tocarlo,
acariciar el cristal… pasa de largo. Lo sigo con la mirada hasta donde habíamos
aparcado, y con alegría me doy cuenta de que ya no está. Se ha ido.
Estoy en el
borde del alféizar, y siento miedo. Las manos me tiemblan incontroladas y sé
que tanto si quiero como si no, el próximo movimiento brusco será el último. A
escasos metros de mí se enciende la luz de una terraza y sale una mujer. Se
dirige al fondo de la terraza, solo con girar la cabeza podría verme y gritar
auxilio, pero no lo hace. Murmura algo entre dientes, pero no lo alcanzo a
entender, y tampoco me apetece preguntárselo. Agarra una fregona y un cubo y
vuelve al interior, sin llegar a verme. O quizás me vio y no quiso
entrometerse. No lo recuerdo. No me importa.
Vuelvo a
contemplar las estrellas. Hay una de ellas que me importa mucho, aunque no esté
ahí arriba con los demás, ni pueda verla en este momento. Sí, hay una de ellas
que, lejos de mí, puede estar contemplando las nubes que la rodean, sintiéndose
sola del mismo modo que yo ahora, aunque también podría estar con una sonrisa
pintada y hueca, como otra de las muñecas que caminan sin cuerdas.
Dejo de
pensar en ella, pero pronto me encuentro pensando en ella de nuevo. Vuelvo a
pensar en todas las promesas que me hice y que no cumplí. Pienso en todas las
personas a las que amé y en quienes confié y en quienes una y otra vez, a cada
vuelta del ciclo me abandonaron.
Y entonces
me encuentro bajando del alféizar al descansillo, sentándome en las escaleras y
llorando. La cercanía de la muerte no me inspira tristeza aunque sí cierto
temor al olvido. Lloro por la emoción y la tensión del momento, el cuerpo
necesitaba una vía de escape y al final ha sido esta.
Continúo
llorando en silencio, y me doy cuenta de que he tomado una decisión. La tomé en
el momento en que levanté las piernas y volví a la seguridad del edificio, pero
es ahora, al derramar las lágrimas, cuando lo comprendo.
Hay una
estrellita lejana que confía en mí y no puedo abandonarla por ahora. Seguiré a
su lado tanto como ella pueda, en la lejanía, en los sueños, pero llegado el
momento de separarnos ni la culparé a ella ni me culparé a mí. Y seguiremos
caminando hasta que el cronómetro llegue a cero.
Mientras
sienta su sonrisa en mis labios, junto con aquellas de quienes me rodean, seré
feliz.
Cualquier
parecido con la realidad es mera casualidad, aunque la inspiración no ha
surgido de la nada. Nunca lo hace.
Hola Naif,
ResponderEliminarMe ha encantado, de veras. Pensé que era algo que te había pasado a ti, pero como se puede ver en el final... no
Tienes un talento increíble :)
Quería darte las gracias por lo que escribiste en aquel blog nacido de mi frustración (aviso que dejará de existir en este momento...)
Si de veras crees lo que escribiste, eres alguien que el mundo no puede dejar escapar; tienes una forma de expresarte tan única que me llega al alma.
Por si te interesa, ya estoy mucho mejor y me hiciste sonreír con tus palabras.
Muchísimas gracias, de veras.
Besos, Miriam.
Holaaa soy Miriam de nuevo, la escritora del blog http://sonrielealavidaporquetodoteiramejor.blogspot.com.es/
ResponderEliminarme paso para decirte que tu blog está nominado al Premio Dardos
¡Pásate a verlo! Un beso gigante :)
(Espero que vuelvas a escribir pronto Naif!!!)
Dioooos, empiezo exámenes en nada :S. A lo mejor tengo que esperar hasta julio.
EliminarDe todos modos, muchísimas gracias ^^.
Sigue subiendo tú también,
un beso,
Naif.