Era una mañana otoñal
y el sol calentaba con fuerza los campos de trigo, que ondulaban en la luz.
Carlos leyó de nuevo las dos líneas y, sin cerrar los ojos,
observó las olas generadas por las espigas de trigo, la curva de un camino de
tierra, semi oculto entre los tallos y al fondo, una casita de piedra con una
chimenea y dos bicicletas apoyadas contra enredadera que cubría una pared. Un
árbol alto y viejo le hacía sombra.
Los principios le mataban. En un parpadear podía imaginar
distintas y pequeñas historias, que se desdibujaban a medida que escribía sus
ideas, hasta deshilarse por completo. Pero cuando intentaba empezarlas, la idea
desaparecía de golpe. Era muy frustrante.
¿Para qué escribir las
ideas si luego no voy a escribir nada productivo de ellas?- se preguntó,
pero sabía de antemano la respuesta. A partir de una idea mala podría obtener
la inspiración de otra idea parecida y mejor, hasta alcanzar una historia
perfecta en sí misma. Al menos eso es lo que esperaba.
Carlos volvió a leer las dos líneas, las tachó y debajo las
volvió a escribir. Inspiró profundamente, suspiró y miró por la ventana.
Era verano. Era una tarde sofocante de verano, concretamente
las cuatro y cuarto, y fuera el cielo azul clavaba su único ojo amarillo
brillante sobre la tierra. El aire ondulaba ligeramente, dando la sensación de
que el bosquecillo y los bloques de pisos que había enfrente habían perdido la
estabilidad y amenazaban con derrumbarse.
En la terraza el termómetro marcaba los treinta y nueve
grados, pero en las noticias habían prevenido las altas temperaturas y Carlos
se había acordado de poner el aire acondicionado.
-Aún no puedo salir.- dijo en voz baja frotándose la cara.
Se clavó en los dedos la barba y se detuvo sorprendido. ¿No me la había cortado anteayer, después de
bajar a la piscina?- pensó -¿O fue el
día de antes? A ver, ayer escribí
(nada)
(miento, escribí y
taché estas dos líneas)
la idea principal de
la historia, en el ascensor. Anteayer tuve una cena y el día de antes no estuve
en casa. Al seguir contando se dio cuenta de que hacía más de una semana.
-Bueno, lo haré esta tarde, después de bajar a la piscina
cuando baje la temperatura. Así no hay quien salga.
Apagó el ordenador y se puso en pie para llevar los platos
de la comida a la cocina, pero apenas alargó las manos hacia ellos se lo pensó
mejor y se tumbó en la cama.
Ya quitaré los platos
después, estoy demasiado cansado para hacer nada.
-Dirás demasiado
cansado de no hacer nada.- replicó una vocecita con tono mordaz.
Carlos no le hizo caso, y se quitó los zapatos con el
infalible método de usar los pies. Se vio a sí mismo haciéndolo en una versión
suya más pequeña.
-Así no lo hagas, que
se rompen.- le dijo su madre en esa versión más joven. Sus mechones de
plata habían desaparecido y en el lugar de los cabellos castaños había una
cabellera larga, lisa y negra.
-Pues me da igual.- respondió el adulto Carlos con voz
soñadora –Me da absolutamente igual.- bostezó y cerró los ojos.
La habitación fue perdiendo su consistencia hasta
desaparecer en el paisaje de los sueños y poco a poco, sin la insistencia
habitual de la monotonía, Carlos perdió otro día.
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